Comencemos con las justificaciones, al fin y al cabo, todos somos humanos, y todos, desde el más humilde de los súbditos, hasta el Rey – disculpe su Majestad – y desde el ateo más convencido, hasta el mismísimo Papa – y que me perdone su Santidad – nos deshacemos de los gases acumulados en el interior del cuerpo por el mismo procedimiento, eso sí, con más o menos habilidad a la hora de disimularlo.
El origen de lo que llamamos flatulencias (siendo finos) o de los pedos, peos o cuescos (que, siendo menos finos, son algunos de los nombres de guerra que le aplican en distintos lugares) está, en parte, en el aire que ingerimos al tragar saliva, alimentos o bebidas, en los gases que se generan cuando los alimentos reaccionan con los ácidos del estómago o con los fluidos del intestino y, fundamentalmente, porque, al alimentar a las bacterias que abundan en el interior de nuestros intestinos, éstas nos pagan con gases abundantes y, a veces, poco recomendables para olfatos delicados.
Las bacterias son las culpables
Estas bacterias son verdaderas “fábricas de gases”, especialmente si les proporciona ciertas sustancias que llegan si digerir totalmente hasta el intestino grueso y son utilizadas por ellas. Hablamos de alimentos ricos en azúcares. Tiene una fama bien merecida la familia de las judías o habichuelas, ricas en ciertos azúcares de difícil digestión llamados oligosacáridos. No menos importantes son: la leche, que contiene lactosa, un azúcar de difícil digestión para algunas personas; el sorbitol, muy utilizado para endulzar comidas bajas en calorías y en los chicles, y la fructosa, un azúcar natural abundante en las frutas y ampliamente empleada en caramelos y golosinas. Otra sustancia particularmente activa como origen del gas producido por las bacterias es el almidón, que está formado por largas cadenas de azúcares y abunda en las patatas, el repollo, el trigo o el maíz.
No todas las bacterias son culpables, no generalicemos, algunas de ellas hacen todo lo contrario, absorben los gases y los digieren. Menos mal, de no ser así, las conversaciones humanas estarían continuamente amenizadas con una sinfonía de sonidos poco edificantes.
Inodoros o mortales.
Cuando se analiza químicamente el contenido de un pedo (entre los científicos hay gente para todo) se descubre que contienen, en gran proporción, nitrógeno, al fin y al cabo es el gas más abundante en la atmósfera; dióxido de carbono, hidrógeno y metano. Ninguno de estos gases huele, así que por mucho que sean artífices de no pocas serenatas, nadie los puede acusar del fétido olor que los pedos nos regalan en ocasiones. Para que los gases expulsados huelan hace falta un ingrediente fundamental: el azufre, especialmente en forma de sulfuro de hidrógeno. Lógicamente lo que ingerimos por la boca debe salir por algún sitio y si ingerimos alimentos ricos en azufre como cebolla, coliflor o huevos, lo más probable es que tal vez podamos disimular el sonido, pero no podremos pasar desapercibidos en absoluto. Si han tenido la desgracia de oler un huevo podrido habrán sentido el poder del sulfuro de hidrógeno en sus propias narices. Estos son los gases típicos en los llamados “silenciosos, pero mortales”.
Sonido.
Todos hemos hecho pedorretas alguna vez. Son fáciles de hacer, juntamos los labios y los hacemos vibrar expulsando el aire. Si apretamos mucho los labios y soplamos con fuerza, el sonido es más agudo, si los relajamos, es más grave. Bien, pues el procedimiento es el mismo pero, en los pedos sonoros, lo que vibra es el esfínter del ano. Y dependiendo de lo flácido que esté y de la resistencia que opongamos a la salida del gas, el sonido será más grave o más agudo y, dependiendo de la velocidad al salir, sonará más alto o más bajo. Prueben a tocar la trompeta, el trombón cualquier otro instrumento de viento metal y comprenderán lo que les digo.
No hay diferencias de sexo
Aunque los hombres tienen fama de ser más “pedorros” ( y disculpen la palabrita) que las mujeres, al parecer, la diferencia no está en la cantidad sino en la calidad sonora. Las reglas sociales son las que obligan a las mujeres a ser más cuidadosas a la hora de llamar la atención y hacen lo posible por silenciar estas, incómodas pero naturales, manifestaciones de la biología.
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